El gesto como idea como gesto
Una parte decisiva de las obras de arte contemporáneo es el encuentro y la consecución de un gesto. Un único gesto que resulte completo y que, al hacerse, plantee otras cuestiones más allá de su acción propia, más allá incluso de la superficie donde tenga lugar. Estos gestos no pueden estar ya aislados de la idea que supone pensarlos, ni del arte que los acepta como parte intrínseca de las obras, entendidos como una porción de inmaterialidad simbólica. Cuando se plantea uno de ellos, se está planteando un mundo y un marco: el primero porque vinculará la obra con unas referencias amplias; el segundo, porque le otorgará un rasgo diferenciador dentro de ellas. Tras el encuentro y la puesta en práctica, vendrá la repetición formal del gesto. En cada nuevo intento, se reiterará lo posible, pero se alcanzará lo distintivo que aporta cada leve repetición y su diferencia y que permitirá seguir anhelando la exacta repetición del primer gesto. Como nos enseñara Giles Deleuze, «debemos distinguir la repetición de la generalidad». Esta «expresa un punto de vista según el cual un término puede ser intercambiado por otro, sustituido por otro término», mientras que «la repetición como conducta y como punto de vista concierne a una singularidad incambiable e insustituible». En este contexto, llamaremos serie a un conjunto de intentos que perpetuarán un mismo gesto, que compondrán, a su vez, un estilo de hacer.
En su corta trayectoria, Pol Pintó (Barcelona, 1993) ha reiterado un gesto a través de una repetición que busca ser siempre el primero y que, sin embargo, alcanza ciertas conductas de generalidad. Las líneas trazadas sobre los muros del espacio urbano se han adecuado al espacio codificado de la galería de arte y han mutado su sentido, aunque no su significado. Cada línea persiste en su empeño de registrar un lapso que recordará su duración, pero los ojos que los verán serán otros o, si no, al menos tendrán en su mirada otro peso y unas aspiraciones también distintas. Cuando el artista pinta los muros, trabaja con cordel de trazado o tiralíneas de obra para marcar cada leve golpe y dejar su rastro. La rapidez es esencial en el espacio público, por más que estas líneas no sean tags hedonistas ni proclamas políticas colectivas. Porque el espacio de lo político lo es también de la confrontación entre lo dicho y lo pensado, entre lo dicho por unos y lo pensado (y dicho) por otros; entre lo permitido y lo prohibido. Dentro de la galería, no obstante, se permite hacer otros usos de esa técnica, porque un mismo gesto será recibido de manera diversa.
No en vano, el artista ha creado un espacio de transición entre la calle y la galería. En la parte más cercana al gran ventanal y a la puerta de entrada, pero ya dentro de Vangar, Pol ha marcado las dos paredes laterales con líneas verticales que recuerdan una trama, pero que son realmente los registros de un tiempo. Ambas paredes confluyen en una cortina colocada en paralelo al ventanal, formada por las cuerdas del tiralíneas empleadas para realizar estas y otras obras anteriores. Los objetos que sirvieron como marcadores, son ahora resto, residuo y también elemento físico, y acogen todos los leves gestos realizados con ellos. Son recipiente y tinta; mano y herramienta.